PUEBLA
DE LA CALZADA Y LAS EPIDEMIAS
Habremos
de reconocer, por la más simple y lógica de las razones, que después de 45 días
viviendo, o sufriendo, el estado de alarma y su principal consecuencia social,
el confinamiento, la situación ya se deja caer con el peso intangible del
cansancio, de la desesperanza y el desasosiego, y que comienza a hacerse difícil
llevarlo, aunque no hay más que sobrellevarlo de la mejor manera posible y el
mejor ánimo que podamos encontrar en el fondo más fondo de nuestra capacidad de
adaptación a las circunstancias. Y en estas circunstancias, a algunos nos da
por seguir la linde y buscar y rebuscar para que el tiempo, aunque siga
corriendo igual de lento o de rápido según se mire, sea más agradable, más
suave, mejor.
En estos momentos, poco me importa entender la
diferencia, o la similitud que las define, las une o las separa, si la hay, hubiera
o hubiese, entre epidemia y pandemia, porque las dos, o una y dual, atentan
contra el ser humano, en el único capital del que deberíamos presumir, la vida
con salud, principal parapeto para el fin último. Porque, en este afán, por
Decreto Ley, de permanencia entre las cuatro paredes de nuestro más particular
universo, me ha dado por saltar sobre el rio de la historia y pensar en ocasiones
parecidas, cuya herida han suturado el tiempo, las formas y los fondos, haciendo
desaparecer la cicatriz que dejaron por encima del conocimiento, los medios y
los resultados.
Tres,
con sus brotes, rebrotes y derivaciones, son hasta ahora las epidemias – la Peste, el Cólera y la Gripe (mal e
injustamente llamada) Española – que
a lo largo de la Historia, asomaron el “hocico” para descargar la furia de su naturaleza
sobre el ser humano y sus circunstancias, ostentando el dudoso y trágico
“honor” de ser las “más contagiosas”, “más mortíferas” y “más devastadoras”, y que
después de cobrarse, según los expertos, aproximadamente 300 millones de vidas,
cambiaron costumbres, formas, fondos y contribuyeron a su manera, al desarrollo
en la investigación para encontrar lo que pudiera hacerles frente y terminar
con ellas y las venideras.
El cólera, como enfermedad, fue
descrito por Hipócrates entre los siglos V y IV antes de nuestra era, y por
Galeno, medico griego del siglo II, pero será en el siglo XVI cuando se hable
de dos brotes en la India. Brotes que se repetirán en el tiempo, hasta terminar
extendiéndose a otras zonas, países y continente, llegando a contabilizarse por
los expertos la existencia de seis pandemias de cólera en apenas un siglo de
historia.
Parece que la primera se declaró en 1817 en la
zona india de Calcuta, que paulatinamente fue extendiéndose a Birmania,
Filipinas, China y Oriente Medio. No pasaría mucho tiempo para la llegada de la
segunda (1.829) que llegó a Rusia, Austria, zonas de Alemania, Inglaterra,
Irlanda, Francia, Bélgica, Noruega, Portugal, además de Canadá, Estados Unidos,
y tal vez algunas zonas de América Latina, y naturalmente, España. Será en
agosto de 1833, en el puerto de Vigo, con réplicas en parte de la Andalucía
Occidental, en donde demostró una virulencia inusual y desde donde se extendió
hasta alcanzar Madrid, Ávila, Cuenca, y finalmente Cáceres. A pesar del
supuesto progreso y desarrollo, se dice que en Madrid se dieron algunos casos
de linchamiento de frailes, acusados de ser envenenadores de las aguas, desarrollándose
una casi “caza de brujas” con multitud de denuncias de personas “sospechosas” de
contaminar el agua. España vivía en aquel momento – ¡y cuando no! – una
complicada y delicada situación política, con la causa sucesoria rondando
bolsillos y conciencias, y la Primera Guerra Carlista calentando motores.
La propagación de la enfermedad – lejana, y desconocidos
su origen y su tratamiento – motivó la necesidad de dictar medidas sanitarias, como
las adoptadas en sesión de 13 de mayo de 1832 por el Ayuntamiento de Puebla de
la Calzada “con el fin de poner en ejecución las medidas sanitarias que requiere el
estado de las enfermedades que se experimentan, habiendo concurrido D. Melchor
Álvarez, médico titular de la misma, hizo varias proposiciones para evitar
aquellos males…”
Entre otras medidas, se recomienda que
los animales “de cerda” se reúnan en un Corral suficiente que estaría situado “al
Norte, en los Cascajales del Ejido Ansarero, para que a manada del común sea
colocada a la dormida.” El costo de la construcción del corral “será
satisfecho a prorrata de cabezas por los mismos dueños”, y se obligó a
los vecinos que tuvieran animales en sus casas, a incorporarlos “en la
manada del común para evitar los perjuicios de consideración que en otro caso
deben seguirse a la salud pública…” Aquellas medidas hablaban también
de limpiar las aguas residuales. Con el tiempo se formaron cordones sanitarios y
se crearon lazaretos para el aislamiento.
En
1.852, por el recrudecimiento de algunos brotes locales y aislados, propagados
posiblemente por un importante movimiento migratorio entre pueblos y ciudades,
se produjo la tercera epidemia de cólera morbo, nuevamente en India, desde
donde se extendió a regiones limítrofes y cercanas, al tiempo que se
desarrollaba la enfermedad en Europa, desde donde pasó al continente americano.
La guerra de Crimea, “en vigor”, fuera el
que fuera el detonante y fueran quienes fueron los países participantes, fue un
buen vehículo de transmisión para llevarla a países cercanos, y seguir
propagándose hasta, como era de esperar, recalar en España allá por el año de
1.854, extendiéndose con rapidez especialmente por zonas del interior.
Sabemos, casi con exactitud, cuando hizo
“escala” en Puebla de la Calzada, aquella tercera epidemia, si hemos de creer a
los documentos escritos por encima de suposiciones y comentarios. El 20 de
agosto de 1.854, estaba “llamando a la puerta”, lo que motivó
que en sesión del día 20 se celebrara sesión ordinaria por “la
necesidad de adoptar medidas de precaución para evitar que la enfermedad del
cólera morbo que se padece en la ciudad de Almendralejo se transmita a esta
villa…”
Hubo
también un “comité de técnicos” ya que “concurrieron los facultativos de
Medicina, Cirugía y Farmacia, existentes en este pueblo y en su consecuencia,
oído el dictamen de estos, que lo son, don Indalecio Mesa, don Antonio García,
don José Romero y don Francisco Yerto, se lleven a efecto las siguientes
disposiciones…”
Se
recomendó la ventilación de las casas, el aseo de las calles, el cuidado
en la compra de carnes en puestos públicos, y se prohibió “el
cebo de cerdos dentro de la población y su circunferencia.” Se dispuso
que “todo
los transeúntes procedentes de puntos infectados por dicha enfermedad, sean
detenidos y observados por espacio de tres días, fijando de lazareto
la Casa del Conde de Torrefresno…”
Pero
lo mejor de todo, ¡ay, que no aprendemos!, se intentó prevenir antes que curar.
Se formó una comisión de siete hombres “con carácter de consultiva y auxiliar de
esta Corporación en caso de necesidad”, para “inspeccionar las casas del
pueblo, para ver si sus habitantes cumplen con las medidas de higiene
adoptadas…” Y, además, se propuso abrir una suscripción “para
socorrer las primeras necesidades en caso de que por desgracia se experimenten
en este pueblo los rigores de la epidemia, se abra una suscripción… ”
En
aquellos días, se aisló en el lazareto a las familias de don Felipe Martínez y
don Pablo Parrillas (¿?), vecinos de Almendralejo durante siete días. Y como se había dispuesto que serían tres los
días de aislamiento, pidieron autorización para entrar en Puebla de la Calzada,
lo que se le autoriza previo reconocimiento médico. Pero aquel
28 de agosto, se dispuso la más absoluta cuarentena, porque “de
hoy en adelante no se dé entrada en la población a ningún familiar procedente de
los puntos contagiados sin que antes haya sufrido cuarenta días de lazareto,
transcurridos los cuales y practicándose antes reconocimiento médico, no se les
ponga impedimento alguno en la entrada…”
No tardaron en llegar las medidas más severas,
porque parece que Puebla de la Calzada se convirtió en destino prioritario de
quienes huían de la enfermedad, lo que comenzó a provocar una situación más que
preocupante. De forma que el 3 de septiembre y ante la petición repetida de
otras familias de ser acogidas en el pueblo, el Ayuntamiento hubo de disponer
que:
-
“Considerando
que de la aglomeración de muchas familias pueden arrogarse males que afecten a
la salud pública, mediante a que este pueblo es de escasa extensión y sus casas
no ofrecen las mayores comodidades, acuerda que en lo sucesivo no se permita
la entrada en la población a ninguna persona, cualquiera que sea su
procedencia por más de veinticuatro horas, pasadas las cuales las desalojarán
sin excusas ni pretextos de ninguna clase.”
Además, parece que se estableció una “guardia
vecinal” que ocupó a casi todos, de tal forma que causó la falta de atención
necesaria de las labores propias, hasta que en sesión de veintiséis de
septiembre se acuerda que “no se moleste al vecindario con multiplicar
la guardia como preventivo para librar de la enfermedad del cólera morbo
asiático”, y apelan al “cumplimiento de sus deberes legales”
en lo relativo a las medidas higiénicas, “porque no basta la incomunicación para
evitar la invasión… porque la enfermedad se transmite por la libre comunicación
y por el contacto…”
Pero
el peligro seguía llamando a las puertas y nadie iba a venir a solucionar los
problemas propios de sus vecinos. Y se decidió tomar la medida más restrictiva,
pero medida que nos trae a la realidad más cercana y contemporánea. El 26 de
septiembre, la Corporación, “considerando que se acerca la estación más
urgente para el labrador, y que para la sementera se necesitan brazos que hoy
se hallan ocupados en las guardias colocadas a las entradas del pueblo,
conciliando la necesidad agrícola con la conservación de la salud pública…”,
acordaron:
- Que se cierren con tapias hasta la altura
necesaria todas las entradas de esta villa que sean menos frecuentadas,
para que las guardias se reduzcan al menor número posible y los agricultores no
sufran el menor perjuicio… dos alarifes designarán el número de carros de
tierra que se necesiten, y se requerirá a los labradores para que concurran con
los suyos a los diferentes puntos…
- En el caso de que algún vecino admita en su
casa a algún forastero, dé cuenta en el preciso término de dos horas y faltando
a este deber, se le exigirá la multa de ciento a quinientos reales.
El 1 de octubre, se reconocía en sesión
ordinaria, “estar amenazados y próximos a sufrir los estragos de la enfermedad
reinante…” y por ello se adoptaron medidas para poder hacerle frente de
la mejor manera posible, en función de los escasos y reducidos recursos que se
tenían. Por ello, se dice en aquella sesión, “convendría, por si llega este
desgraciado caso, dividir el pueblo en dos distritos, con el objeto que los dos
médicos, atienda cada cual el suyo, y los pobres, logren por este medio una
asistencia eficaz como requiere la enfermedad.” El primero de aquellos
distritos, comprendía las calles, Badajoz, Albaicín, Puente, Plaza, Angosta,
Carrera, Iglesia y Corral, y el segundo, las de, Calzada, Puerto, Plazuela,
Silos, Nueva, Concepción y Derecha.
Como quiera que fuera, y si seguimos creyendo
en la documentación escrita, Puebla de la Calzada siguió resistiendo la llegada
del cólera, aunque conocemos la muerte – ¿caso aislado? –de una niña de 7 años,
J. C. G., el día 5 de noviembre de 1854, “del cólera morbo asiático, según
certificación del médico, don…”
En
sesión de 17 de junio de 1855, “la
Junta Municipal de Sanidad necesita recursos para atender a las primeras
necesidades en caso de que la población fuera invadida por el Cólera morbo, cuyos
funestos resultados experimenta actualmente la próxima del Montijo…”
El día 18 se estudió
la posibilidad de “traer otro facultativo médico.”
Pero
si el 17 de junio no se reconocía el contagio, que posiblemente no existiera, o
si – ¿hubo más muertes en aquel periodo de tiempo, además de la de aquella niña
de 7 años? – será entre el 24 de junio y el 22 de julio cuando se reconocerá el
contagio, como recoge el acta de sesiones de los días 24 de junio, 1, 8, 15 y
22 de julio, refundidas como una sola, en la que se dice:
- En los días
que se mencionan no hubo sesión porque los individuos de Ayuntamiento, con las
atenciones preferentes de la enfermedad del cólera morbo que ha invadido a esta
villa, y las particulares propias de la urgente estación, no han concurrido a
las Casas Consistoriales.
Y el
2 de septiembre cuando tras declarar la contratación de un nuevo médico, se
reconocerá que el contrato no había sido “elevado a instrumento público, porque la invasión
del cólera morbo, que por desgracia se ha sufrido, no lo había permitido.”
No
existen muchos más datos escritos al respecto y no sabemos el número de
fallecidos (habría que consultar la causa de los fallecimientos habidos en
1854, 1855 y 1856) ni el volumen de la incidencia del contagio en Puebla de la
Calzada, pero no parece que fuera demasiado importante. A título de ejemplo, además
de aquella niña, J.C.G., conocemos por el Libro de Visitas de la Orden, que don
Francisco Casimiro Carrasco, “Presbítero Capellán Colativo y Sacristán de
esta Parroquia, falleció de Cólera Morbo, el 3 de julio de 1.855.”
Porque si lo fue, como algunas voces
sugieren, con la información de febrero de 1856 sobre actividades llevadas a
cabo en septiembre de 1855, no se demostró demasiada cordura, lo que
personalmente, y a falta de mejor testimonio, quiero resistirme a creer, sin
olvidar que 7 meses más tarde de que el médico certificara una muerte víctima
del cólera, se hablaba de “en caso de que la población fuera invadida…”,
lo que no deja de provocar una duda razonable. Y por ello, estoy convencido,
también a falta de mejor testimonio, que la epidemia, que en general afectó
principalmente a las clases más bajas, en Puebla de la Calzada no fue demasiado
agresiva y constante en el tiempo. ¡Claro, que la cepa hispana, es mucha cepa!
En sesión extraordinaria de 9 de
febrero de 1856, “se hizo presente por el Sr. Presidente que en vista de los favorables
resultados que en el año anterior (1.855) tuvo la feria que por vía de
ensayo y con la competente autorización, se celebró en los primeros días de
septiembre por haberse suspendido la de Mérida a consecuencia de la
calamitosa enfermedad, convendría el establecimiento de la misma feria…”
Es de imaginar que, dadas las
circunstancias, la feria fuera “de aquella manera”, pero no deja de llamar la
atención cualquier tipo de celebración que se hiciera en tiempo de, suponemos,
enfermedad. Si se suspendió la de Mérida “por la calamitosa enfermedad”, demos
un voto de confianza a nuestros antepasados, y creamos que la enfermedad, en
esta orilla del Guadiana, había seguido camino y se había olvidado de nosotros.
Juan Monzú
Cronista
Oficial de Puebla de la Calzada.