13 de julio de 2015


LEAL, HONRADEZ  Y  ENTREGA

       Si todo lo que suena a historia, no lo es, y además de la historia oficial hay otras que no se cuentan, los héroes de plantilla no son los únicos del devenir legítimo de los tiempos, porque hay otros héroes que tal vez nunca tuvieron intención de convertirse en ninguna otra cosa que lo que eran, hombres y mujeres que cumplieron con el papel que les había tocado, haciéndolo como tenían que hacerlo, desde la honradez y la mejor de las voluntades. Casi todos los auténticos héroes, habitan velados en las historias sencillas, aquellas de las que de su propia simpleza nace su dificultad.

    Héroes desconocidos, o casi, cuya impronta adorna el túnel del tiempo bajo el espeso barniz con que la historia trasviste las vidas humildes. Hombres y mujeres que son parte de nuestro pasado aunque desconozcamos sus rostros y sus nombres, que a menudo no sobrepasan el ocre sucio del papel, y que estando al servicio de los demás, cumplieron su obligación con la honradez que cabría suponerles para convertirse en piezas necesarios del tejido social que defendieron hasta más allá de su responsabilidad.

    El 10 mayo 1832 desaparecía un hombre que, vistos los muchos testimonios que de su entrega permanecen suspendidos en los hilos del tiempos, estuvo siempre en donde debía y, parece, haciendo bien su trabajo al servicio de la villa.
    Desde la lejanía del tiempo y el desafecto de la distancia, no parece imprudente asegurar que Manuel Leal Vita, hizo gala de una ingente capacidad para el trabajo, que a lo largo de su vida, adornó de una inquebrantable honradez y una profusa generosidad y sencillez, lo que lo convierten en mucho más que el escribano que durante cuarenta y dos años administró desde el conocimiento y la capacidad, los asuntos, no siempre fáciles, y el destino de Puebla de la Calzada.

    Toma posesión el 16 abril 1790, en cuyas capitulares se hace constar que “hallándose en esta villa Dn Manuel Leal Vita, Escribano Real nombrado por su Excelencia el Señor Conde de este estado para escribano de este Ayuntamiento y teniendo en consideración la suma falta que está haciendo para evacuar el cumulo de asumptos y ordenes detenidos, mandaron de común acuerdo se le de posesión de zitado oficio con entrega instantáneamente de todas las ordenes, instrumentos y papeles a él concernientes, para cuio fin se haga comparecer, y habiéndose efectuado en prueba de zitada posesión, habiendo pasado al despacho del antecesor Josef Pérez, Difunto, en donde se hallaban dichos documentos y efectos de dicha escribanía, custodiados con llave…  referido señor Alcalde de primer voto le entrego los principales asumptos, quedando solo en su oficio… [Sic]   

"Estado que manifiesta el movimiento de onzas de Aceite suministradas a las tropas en el año de 1810" .-  
Documento de 1810.- Archivos Municipales

    El primer gran trance que enfrenta, es la llamada Desamortización de Godoy. Hubo que expropiar muchas fanegas de muchas suertes de tierra y algunas casas pertenecientes a Cofradías, Patronatos, Obras Pías y Patronatos de Legos. Valorar, tasar, publicar, hasta tres veces, subastar, adjudicar y liquidar, tramitando aquel proceso en forma y fondo de Ley. Muchos expedientes necesarios, con multitud de folios obligados por cada uno de ellos que dieron lugar a muchas diligencias. Y en cada diligencia, en cada anotación de cada incidencia, publicación, subasta o remate, su firma, “Ante mí”, dando fe del hecho.  

    Con la invasión francesa, se convierte en la piedra angular de la gestión y control de la vorágine militar de uno y otro bando. Durante cinco años, (1809-1814), Manuel Leal Vita controla y distribuye los recursos propios, registra productos, raciones, entregas, recibos, existencias, lo que no se cobra, lo que se presta, a quien se da, a donde se lleva, o lo que se devuelve, puntualizado por calle, vecinos, año y peculios; cuantifica hasta el maravedí lo suministrado, por especie, mes y ejército o fuerza a quien se abastece. Y no fueron pocas las fuerzas que marchando o acampando en la zona, fueron avitualladas ya con trigo, con cebada, aceite, pan, vino, carne, leña o garbanzos.
    Su trabajo, la eficiencia de su trabajo a pesar de las dificultades que podemos suponerle al tiempo y la situación, nos permite hoy evaluar el costo que significó para Puebla de la Calzada aquella Guerra de la Independencia, separado por vecino y calle, de cada fanega de trigo que salió del Pósito, o por el alojamiento de soldados y oficiales. 

    En 1824, es expedientado junto al alcalde y los dos regidores, constitucionales, cuando el felón Fernando VII llevado de su furor absolutista, ordena la reposición de los cargos de Ayuntamiento existentes antes del Trienio Liberal. Seguido el proceso correspondiente, como “en el Secretario concurre la circunstancia de tener sesenta y cuatro años de edad, haber desempeñado este cargo por tiempo de treinta y cuatro años sin haber experimentado el menor apercibimiento por las autoridades y pronto siempre a sostener la tranquilidad pública…” es repuesto en su cargo con todos los predicamentos. No debía haber sido de otra manera.

     Cuando en 1827, el Alcalde Mayor de Montijo intenta injerir en la jurisdicción de Puebla de la Calzada, Leal Vita defiende el derecho del concejo poblanchino a elegir a sus Justicias por el privilegio de villazgo que se le otorgó en 1580, acudiendo a la propia casa Condal solicitando la documentación, que no tenía nuestro archivo “por las repetidas invasiones en que fueron destrozados”. Muestra, orgulloso, aquella carta de privilegio, y el Alcalde Mayor hubo de olvidar su pretensión.
   
      El 28 marzo 1828, Leal Vita declara que estando acreditado ser doscientos cuarenta y siete años cumplidos los que disfruta este pueblo del derecho de villazgo… y el día 31, insiste y aunque “algún tiempo hayan conocido con los Alcaldes Ordinarios en los negocios civiles y criminales de esta villa, los Mayores de la del Montijo, no así debe suceder en adelante porque ni el Real Titulo del Sr. Alcalde Mayor actual del Montijo le confiere esta Jurisdicción ni ella se puede combinar con el espíritu de la referida Real Orden dirigida a conservar los privilegios de villazgo concedido a los pueblos que lo disfrutan y a evitar a sus vecinos los perjuicios gravísimos que son consiguientes a que conozcan de sus causas y pleitos los Jueces que no residan en ellos como el referido Sr. Alcalde Mayor que reside en la villa del Montijo y no en esta…”
 
      Además de que debe tener su residencia fija en la villa del Montijo en donde únicamente ejerce la Real Jurisdicción por carecer de Alcalde Ordinario… debiendo conocer exclusivamente de todos los negocios de esta villa sus Alcaldes Ordinarios, los actuales deben continuar sin necesidad de nueva elección desempeñando la Jurisdicción Ordinaria… pasando oficio al citado Sr. Alcalde Mayor para que le conste lo determinado por esta corporación, en el desempeño de sus deberes…

     Manuel Leal Vita firma con letra trémula, moribunda, su último documento el 8 de mayo de 1832. El día 11, “los señores que componen el ayuntamiento dijeron que el Escribano Real numerario y de esta Corporación don Manuel Leal Vita á fallecido en el día de ayer quedando pendiente varios informes de urgencia…” [sic]

     Sus “pequeñas gestas”, sus “pequeñas grandezas” y sus “pequeñas significativas decisiones”, lo hacen acreedor del mayor reconocimiento y recuerdo, que hasta el momento se le niega victima de la ignorancia.
    Su honradez, su capacidad y su entrega, le otorgan el derecho a ser inscrito en el invisible libro de los héroes anónimos, los que sin conquistas ni batallas y por el módico precio de la postrer ignorancia y el inmortal desconocimiento, quisieron y supieron mantener, potenciar y avivar el fuego del día a día de un pueblo, en un tiempo en el que la historia, caprichosa, juguetona y hasta cruel a veces, quiso gastarle un pesada broma y apagar las luces de su escenario.

5 de abril de 2015

EL ARCANO DE SANTO TORIBIO


     Posiblemente hace bien la historia ocultando algunos de sus hilos para que no dejemos, al menos de cuando en cuando, de mirarla desde nuestra ignorancia y preguntarnos por el momento, la circunstancia, los por qué. Quizás sea bueno que en medio de la clarividencia de nuestro tiempo, fugaz y precipitado, la historia siga manteniendo, de manera tan sutil a veces, parte de su ser y su esencia revestidos de arcano, de incógnita, de misterio. Oculto.
Inventario de Bienes (1799) AAMM.- P. Calzada
   Así, por las razones que fueran, la inquieta historia tan casquivana como filosófica y profunda, ha querido no solo que nuestros orígenes permanezcan difusos entre el quizás y el es posible, sino que también nos ha dejado, en el discurrir de los siglos y las luces, suspendida de un entramado de opiniones y sentencias, la ermita de Santo Toribio, ese lugar que todos conocemos por el nombre y que ninguno conseguimos ubicar a ciencia cierta por más que nos empecinemos en querer verla, distraída en formas y volúmenes de parecida semejanza a los que imaginamos debió tener en su día.
    Con mayor o menor interés, hemos conocido que en el siglo XVII, en Puebla de la Calzada existían, aunque durante un tiempo ciertamente no demasiado extenso, tres ermitas, de las advocaciones de los Santos Mártires, Santiago y Santo Toribio; tres puntos vivos de la fe y las manifestaciones religiosas de su gente.
     Y aunque la ermita de los Santos Mártires venció al tiempo y las circunstancias para permanecer, reformada y reedificada hasta nuestros días, las de Santiago y Santo Toribio, por unas causas u otras entre las que no podemos olvidar las carencias económicas, fueron convirtiéndose en sombras de su propio crepúsculo hasta el ocaso, ya en el siglo XVIII. Primero fue la de Santiago, que pereció a pesar de que todo parece indicar que fue la primera advocación que tuvieran tanto el primer paraje orillas del Guadiana, como la aldea nacida al amparo de la Orden de Santiago, luego villa de Puebla de la Calzada. Y cuya ubicación, ya orillas del rio o a poniente de la villa, no despierta interés alguno, y razones habrá que se disipan en las brumas del desconocimiento.
     Sabemos de ellas por el Libro de Visitas de la Orden de Santiago. En 1604 nos dice que la de los Mártires, “está començada a hacer y sacados los cimientos” y de la de Santiago, “la qual es un cuerpo de piedra y tapias y votaretes de ladrillo, tiene un portal delante de la puerta que esta al mediodía, de cuarto arcos de ladrillo…[sic] nos dice que en su retablo aparece “señor San Tiago armado en blanco con un pendón en la mano de la rienda” y en la parte baja de dicho retablo “en dos tableros de pincel las ymagenes de los vienaventurados mártires san favian y san sevastian…”[sic]
 
   ¿Guardaba la ermita de Santiago los tableros destinados al que sería, o posiblemente llegó a ser, el primitivo retablo de la ermita, en aquel tiempo todavía en construcción, de los Santos Mártires?

    La misma visita menciona la ermita de Santo Toribio que “esta junto a la dicha villa de la puebla…” Pero, ¿Dónde se ubicaba la ermita de Santo Toribio? ¿Cómo era aquella ermita? ¿Cuánto tiempo sobrevivió? ¿Qué fue de ella?
    Un censo de 1705 dice que “al levante, su advocación santo Thorivio, sin rentas”, y Juan Ramos de Solís, párroco en 1798 detalla que “al levante, mui próxima al pueblo… y los visitadores, en 1604, dicen que está “hacia la villa del montixo” Lo que parece situarla al noreste y no al sureste como apuntan algunas opiniones.    
    Los visitadores de la Orden dicen que “es un cuerpo pequeño, las paredes de piedra; tiene un altar en que esta una ymagen del vienaventurado santo torivio, tiene una puerta acia la dicha villa de la puebla con sus puertas de pino y no tiene vienes de que hacer ynventario[sic] Pequeña y sin bienes ni rentas.
   Tras el terremoto de Lisboa de 1755, la ermita quedó inutilizada y maltrecha, arruinada para siempre, como recogen varios testimonios de diferentes épocas en los años siguientes. Aquella información del párroco en 1798, la completa diciendo, “amenazando ruina desde el terremoto del 55 dedicada a Santo Thoribio de Liébana…” Y que amplia en 1799, “la imagen de Santo Thoribio de Liébana que al presente se venera en la hermita de la Virgen de la Concepción por estar amenazando ruina la suya…” [Sic]
     No tuvo nunca, como dijeron los visitadores de Santiago, bienes salvo según nos dice el párroco “goza y posee un pedacito de cercado plantado la mayor parte de viña, el cual está contiguo a la misma ermita de dicho santo. Y el producto de dicho cercado se invierte en culto del santo como es en la función de Iglesia en su día, en vestuario y ornamentos, en aseo y decencia de su altar” Que lo tenía propio, entonces, en la ermita de la Concepción.
    En el inventario que se hace en 1799 de los bienes propios de Cofradías y Obras Pías, en la llamada Desamortización de Godoy, de la de Santo Toribio se dice “a esta imagen le corresponde un zercado como de una fanega plantada de viña contigua a la ermita arruinada de dicho Santo, zercado de ballado, y existente en el Egido ansarero…” [Sic]

    Uno de los primeros bienes que se enajenan, es Santo Toribio. El 10 de mayo 1799 los maestros alarifes Pedro Gragera Mendoza y Alonso Martin Cortesano, “ an efectuado la tasación de una fanega de tierra plantada de Viñas y diez olivos nuevos que constituyen el cercado situado a espalda de dicha ermita arruinada de santo Toribio y cercado de vallado y banda y con toda inclusión lo gradúan y justiprecian en Quatro mil reales de Vellon. [Sic]
    Pero también se quiere hacer rentable el edificio ermita por más arruinado que estuviera. Y mediado el año 1800 un vecino, Cristóbal Bejarano Pozo, se interesa no solo por el “cercado de una fanega plantado de viñas y diez olivos nuevos perteneciente a la Imagen de Santo Toribio que se venera en la ermita de Ntra Señora de Concepción, por estar cuasi arruinada la perteneciente a esta imagen…” sino que esta le acomoda “ejecutarlo en unión al material que compone todo el edificio arruinado…
      Pero, posiblemente, las guerras europeas de finales del XVIII y principios del XIX paralizaron aquel proceso, porque en 1801 el expediente de tasación estaba en suspensopor las varias ocurrencias que á ocasionado el paso y existencias de tropas de acantonamiento…”[sic] El 1 de noviembre, se elige a los alarifes Juan Coca Borba y Juan Zapata para tasar el edificio y el día 2 dijeron que “han reconocido el material que contiene el edificio ermita perteneciente a la Cofradía de Santo Toribio extramuros de esta villa, confinante con la viña que le pertenece y con inclusión de bóveda, paredes, puertas y maderas sin incluir el terreno solar, lo tasan y justiprecian en la cantidad de tres mil cuatrocientos reales de vellón
   Con el precio fijado para la fanega plantada de viña y diez olivos nuevos, y el edificio, se hizo pública mediante edictos, la subasta que había de concluir con la enajenación del bien el día 22 de noviembre de 1801, cuando por los Alcaldes Ordinarios, Juan Fernández Galán y Pedro Guisado Pozo con asistencia de Pedro Mendoza, Síndico General, y Juan Ramos de Solís “cura único de esta parrochial, estando en sus casas consistoriales y habiendo determinado la publicación de la postura, después de ejecutadas varias pujas y mejoras, no habiendo quien diese más, se previno el remate del de mejor condición y lo fue Juan Evaristo Guisado de esta vezindad por el precio de Nueve mil doscientos reales de vellón pagados en moneda metálica por el edificio, material y maderas de la ermita arruinada de Sto. Toribio y su viña confinante sitas en este Egido con los linderos advertidos..” [Sic] El 14 de octubre de 1802, se libra orden para dar posesión “de la finca al comprador, real y efectivamente” que se lleva a cabo, “quieta y pacíficamente, sin contradicción, protesta ni reclama, entrando desde luego a disponer de su mejor cultivo y beneficio…” el día 16 del mismo mes.

    Las noticias sobre la ermita de Santo Toribio se pierden en ese año de 1802, pero existe documentación para permitirnos situarla con una aproximación mayor que la que dan las posibilidades que se barajan; no desaparecen las señales que nos permitan, en algún momento, localizar su ubicación a pesar de la ausencia de vestigios.

     Santo Toribio mantiene un velado arcano que, al socaire de la acaso, coloca sobre sí mismo, a veces, una tenue luz que alumbra el profuso oscuro no solo del desconocimiento con que ha llegado hasta nosotros, sino también el desteñido horizonte del dilema, aceptado siquiera en voz baja, sobre su ubicación, su lugar, y sobre si esta o aquella es un señal de su ayer, ignota señal que nadie o casi nadie ve.

     Un arcano que algún día, ¡ojalá! dejará de ser ese enigma de años que parece querer jugar con quienes miramos el ayer buscando su sombra y no conseguimos ver apenas más que un atisbo escondido en la sombra de la caligrafía gastada de unas letras sonámbulas, casi furtivas, de allende la mitad del siglo XIX.

    ¡Pretérito tiempo añejo y ajeno, refugio perpetuo de lo oculto, no por ignorado menos cierto!

4 de marzo de 2015

JUSTICIA Y REGIMIENTO


    Hasta la caída del Antiguo Régimen, y aunque en los tiempos modernos se tiende a identificar como uno solo, alcalde y regidor fueron dos cargos diferentes, con competencias desiguales y responsabilidades distintas.
     Mientras el Regidor, del latín regere, gobernar, era el encargado de ejercer las funciones del gobierno, el Alcalde, del árabe, ī, literalmente, juzgar, ejercía como juez de paz. Es notorio como, en los siglos XVII y XVII, son mencionados tanto más como Justicias que como Alcaldes. Los versos de El Alcalde de Zalamea, nos muestran esta circunstancia, en su Jornada Tercera cuando el Escribano dice a Pedro Crespo:
                                  El concejo aqueste día
                                          os ha hecho alcalde, y tenéis
                                          para estrena de justicia
                                          dos grandes acciones hoy.
   Crespo, dispuesto a aplicar “su propia justicia“, exclama contrariado:
                                         ¡Cielos,
                                         cuando vengarse imagina,
                                         me hace dueño de mi honor
                                         la vara de la justicia!
                                         ¿Cómo podré delinquir
                                         yo, si en esta hora misma
                                         me ponen a mi por juez
                                         para que otros no delincan?
         Y, luego, dirigiéndose a su hija, sentencia:

                                 Ya tenéis el padre alcalde,
                                         él os guardará justicia.
     Es pues entre los siglos XVI y XVII cuando se instituye que los Ayuntamientos han de renovar sus cargos cada año y así va a ser hasta mediado el siglo XIX con la renovación que van a suponer, sobre todo, la Constitución de 1812, el liberalismo y el Trienio Liberal, cuando comienzan a ser llamados Alcalde Constitucional. 

   Hasta 1844 y, cuando menos, desde 1599 los Ayuntamientos fueron anuales. Aunque el Alcalde Ordinario, ya venía siendo elegido anualmente y no podían volver a serlo hasta pasados tres años, no así sucedía con el de regidor que en muchos lugares lo era con carácter perpetuo hasta que se dispone que “en este presente año fue servido de consumir los regidores perpetuos  y de aquí adelante se gobernaren por regidores añales”.
   Así, cada año se elegían los alcaldes, conocidos como Alcalde Ordinario ya que ejercían justicia ordinaria, y fueron siempre dos, uno por el estado noble y otro por los pecheros. Y los Regidores, también dos, elegidos igualmente entre representantes de los dos estados; y los Jurado, que ejercían la administración de la provisión de víveres. Estos tres cargos junto con el de Mayordomo de Propios, que administraba los caudales y bienes propios del pueblo, y el Procurador Sindico General, o Personero del Común, que ejercía labores de Defensor del Pueblo, eran las más importantes figuras en aquellas “administraciones locales”. Luego, estaban otros como Alcaide de la Cárcel, Alcaldes Sexmeros, Alcalde de la Hermandad, Depositario del Pósito, Guarda del término, Clavero del Archivo, Depositario del Papel Sellado o Receptor de Bulas.

    Conocemos los nombres de algunos de aquellos hombres por los Libros de Visitas de la Orden de Santiago, como en 1604 cuando “se rrequirió con los rreales poderes de su Magestad a Pedro Fernández Navarro y Rodrigo Alonso, Alcaldes Ordinarios y Bartolomé rrodriguez, Rexidor…” [Sic] Desde 1640 hasta su desaparición, el Libro de Cuentas del Santo Hospital de Pobres y casi de forma ininterrumpida nos da el nombre de, al menos, un Alcalde, cuando no de los dos y también, a veces, de los Regidores.
    Nombramiento de oficios Condesa de Montijo.-
Libro de Capitulares.- (AAMM  P. Calzada)

    Pero ignoramos como era la elección de Ayuntamiento en Puebla de la Calzada hasta entrado el siglo XVIII por falta de documentación, tal vez desaparecida en el ya conocido saqueo de la villa por el ejército portugués en 1644 aunque no debió ser muy diferente a lo que conocemos desde 1700, con la falta de algunos años desaparecidos, por los Libros de Acuerdos Capitulares, sencillos manuales de papel ajado y oscurecido, garabateado con rasgos casi ininteligibles a veces, que nos han legado, no solo los nombres de quienes rigieron los destinos de la vida pública de Puebla de la Calzada, sino también, la formula protocolaria con que se procedía a tan determinante hecho en el devenir de la historia particular de la villa.
    Por ser villa de Señorío, los oficios principales del Ayuntamiento correspondía por derecho, elegirlos al Conde del Montijo. Resultado de un proceso que comenzaba con la proposición, por parte del ayuntamiento saliente, de las personas consideradas más apropiadas para los diferentes cargos que había que cubrir. De tal modo que para el oficio de Alcalde Ordinario, el de Regidor y el de Jurados, se proponían cuatro nombres, y para el resto de oficios, como Mayordomo de Propios, ejercidos por una sola persona, se proponían dos nombres. 

    Proposición que se hacía entre noviembre y diciembre, “En la Villa dela Puebla de la Calzada, a quatro días del mes de noviembre año de mil setezientos sesenta y seis, los señores Justicia y Regimiento de ella, Andrés García y Álbaro González Roa, Alcaldes Hordinarios de ella, Matheo López Lozano y Xpval Matheos Bejarano, Regidores, Juan Esteban Barrena y Rodrigo Alonso Barbaño, Jurados, todos con voz y voto, asiento y lugar en su Ayuntamiento estándolo zelebrando en la Sala del Santo Hospital de Pobres de esta expresada villa por estarse construyendo las de en propiedad, precedente son de campana tañida como lo han de uso y costumbre para tratar asumptos dirigidos al bien de esta republica, por si y en nombre de los demás Capitulares que de presente son y en adelante fueren de este dicho Concejo dijeron sus Mercedes que en atención de estar próximo el año que viene de mil setezientos sesenta y siete y ser orden expresa de su Magestad (que Dios Guarde), que el primero día de Henero de cada año entren nuevos oficiales de Justicia para que la ejerzan y en atenzión a dicha Real Orden, el presente no padezca retraso alguno, acordaron dichos Sres elegir y proponer al Excmo Sr Cardenal Arzobispo de Toledo, Administrador ad bona de la Excma Sra Condesa del Montijo y desta, mi señora, por oficiales de Justicia y demás Capitulares, las personas siguientes…”[sic]


    En aquel año era titular del Condado, Dª Maria Francisca de Sales Portocarrero de Guzmán y Zúñiga, que había sucedido a la edad de nueve años, en 1763, a su abuelo Cristóbal Gregorio Portocarrero Funes de Villalpando, como VI Condesa del Montijo. Hasta su matrimonio con Felipe de Palafox y Croy de Havre, ejerció la administración su tío-abuelo Luis Antonio Fernández de Córdoba Portocarrero Guzmán y Aguilar que fuera  Cardenal en 1754 y Arzobispo de la Archidiócesis de Toledo entre 1755 y 1771 y de quien heredará los condados de Teba y Ardales
   Seis años más tarde, en 1772, la propuesta de cargos se hace con la misma y obligada fórmula protocolaria y un estilo, si no más sencillo, sí, menos recargado.
… los Sres Alcaldes Ordinarios, Regidores y Jurados, juntos en su Consistorio con las solemnidades de su estilo, por sí y a nombre de los demás Capitulares que fueren deste Ayuntamiento por quienes prestan voz y caución de voto en forma, procedieron a trazar proposición de sujetos que sirvan los empleos de Alcaldes y Capitulares de esta villa en el año próximo venidero de mil setecientos setenta y tres, para que el Excmo Sr Conde del Montijo, mi Señor, como dueño della, elija los que sean de su más digno agrado, en cuio concepto ejecutan dicha proposición en la siguiente forma

  Alcaldes Ordinarios: Juan Lucas Guisado, Pedro Gragera Barrena, Rodrigo Alonso Barbaño, Sancho González Cortesano.-  Rexidores: Lope Sanchez, Francisco Pérez Riola, Diego Martin Rastrollo, Christobal Asensio Roa.- Jurados: Andrés González Portillo  Juan de la Maza Rivera, Alonso Tarombo, Christobal Matheos Vexarano el menor.- Alcaldes de la Santa Hermandad: Juan Manuel Galán, Bartolomé Guisado.- Mayordomo de Propios: Pedro García Velázquez y Sebastián García de la Sal.- Alcaide de la Cárcel: Juan Basilio y Basilio Donbenito.

  La respuesta a aquella propuesta, como a tantas en cada año hasta 1836, obedecía también a un protocolo en el que lucía una profuso arcoíris de nombres y títulos:
     Don Felipe Portocarrero Palafox, Croix de Havré, Zúñiga Laso de la Vega, Gentil hombre de Cámara de S.M. con exercicio, Mariscal de Campo de sus Reales exercitos, Capitán de la Real Compañía de Alabarderos, marido y conjunta persona de la Excelentísima Señora Doña Maria Francisca de Sales Portocarrero Fernández de Córdoba, Zúñiga, Guzmán, Luna, Henríquez de Almansa, Cárdenas, Pacheco y Acuña, Funes de Villalpando, Monroy, Aragón, Henríquez de la Carra, Navarra y Lodeña, CONDESA DEL MONTIJO, Marquesa de Barcarrota y de la Algaba, condesa de la Fuentidueña, Marquesa de Valderrábanos y Osera, Señora de la villa de la Adrada, y demás de su Estado, de las de La Puebla de la Calzada, Huetortajar, los Palacios y Romanillos… Grande de España de Primera Clase: Por cuanto conviene al servicio de Dios Nuestro Señor y a la buena administración de Justicia, hacer elección de oficiales de ella que la ejerzan en mi villa de la Puebla de la Calzada el próximo año de mil setecientos setenta y tres enterado de la proposición que me ha hecho según testimonio del acuerdo celebrado en su razón en quince de noviembre próximo antecedente, elijo y nombro: Por Alcaldes Ordinarios Juan Lucas Guisado y Pedro Gragera Barrena; por Regidores a Lope Sanchez y Francisco Pérez Riola; por Jurados a Andrés González Portillo y Alonso Tarombo; por Alcalde de la Santa Hermandad a Juan Miguel Galán; por Mayordomo de Propios a Pedro García Velázquez y por Ministros y Alcaide de la Cárcel a Juan Basilio, todos vecinos de la dicha mi villa de la Puebla de la Calzada… encargándoles como les encargo la recta administración de Justicia, favoreciendo a los Pobres, Viudas y Huérfanos

   Será en 1836 cuando los cargos se renueven definitivamente de acuerdo con el Título Primero del R.D. de 23 de julio de 1835 y los Ayuntamientos pasen a componerse “De un alcalde, de uno o más tenientes de alcalde donde lo exija el vecindario de la población, de cierto número de regidores según el vecindario de cada pueblo, de un Procurador del Común

   Pero por el camino se irán quedando muchos nombres, cargos, ilusiones y deseos de cambiar mucho de todo lo que era necesario cambiar.

23 de febrero de 2015

EL SANTO HOSPITAL


   De su huella, convertida por el tiempo y la civilización en una absoluta nada casi sin memoria, queda el recuerdo, un pellizco de tristeza que nos hace añorar existencias como la suya que, lejos de su importancia o su falta de relumbrón, tienen un lugar en la historia de los pueblos, y el eco garabateado de un tiempo cierto, por más remoto y menos nuestro que nos parezca.  
Libro de Cuentas (1752).- Archivo Municipal (P. Calzada)
 Etimológicamente, “hospital” deriva del latín “hospes” (huésped), lo que parece hacer referencia a que en la remota antigüedad, los hospitales venían a ser un lugar de hospedaje, alojamiento y sustento, para cuantos llegaban hasta él. Pobres, menesterosos y enfermos, que no dejaban nada atrás cuando abandonaban un lugar y no encontraban nada cuando llegaban a otro diferente.

 Posiblemente los antecedentes más próximos, fueran los “iatreia” griegos, pequeños dispensarios situados en las plazas del mercado, donde ejercían los médicos, hasta donde era llevado el enfermo. Con el Imperio Romano, se desarrollan los valetudinaria – del latín valetudo, salud, y valetudinarius, enfermo – como institución militar ya que se construían en las inmediaciones de las fortalezas militares para atender a los soldados enfermos o heridos, aunque también proporcionaban hospedaje a viajeros. En el siglo IV con la aceptación del cristianismo como religión del Imperio, el cuidado de los enfermos se generaliza y aparece el xenodochium, albergue u hospital para peregrinos y enfermos cristianos, que no tardan en convertirse en lugares que acoge a necesitados, sin hogar, huérfanos, ancianos y pobres.  

 Luego de la existencia en Éfeso, durante la Antigüedad Tardía, de un hospital con 300 camas para enfermos de peste y de que en Europa Occidental naciera en el año 400 el primer nosocomio “para recoger los enfermos de las calles y cuidar a los desgraciados que padecen la enfermedad y la pobreza”, en la baja Edad Media tiene lugar un fuerte desarrollo de los hospitales, a lo que contribuyeron las Órdenes Militares.

 Y aunque su cuándo, permanece oculto, y su cómo y su por qué, “este establecimiento fue fundado en tiempo remoto cuia fecha y nombre de su fundador no consta”, fue al amparo del Priorato de San Marcos de León cuando vio la luz el Santo Hospital de Pobres de Puebla de la Calzada, con objeto de recoger y asistir enfermos pobres según consta por tradición”, que durante 300 años acogió a pobres y atendió enfermos, con más pobreza que fortuna, mas escasez que abundancia y con más miseria que recursos.

   En la visita de 1549, los visitadores de la Orden nos dicen que “en el dicho lugar ay un ospital al que los dichos visitadores visitaron en una casa que tiene una delantera grande. Tiene dos camaras, una a un lado y otra a otro y en medio una calleja por donde entran…” [Sic] Detallan entre sus bienes, “una caldera buena, dos cabezales viejos, una sartén y un asadero y un candil, dos fundas, un repartidor…” Y hablan de las cuentas de “juan barrena, mayordomo que fue del dicho ospital el año de quinientos quarenta y nueve…” [Sic]

    Arcoíris de un pasado que, al albur de su velado incógnito, nos contempla sereno y expectante, la única memoria del Santo Hospital de Pobres de Puebla de la Calzada, su único e impagable testigo, es el Libro de Cuentas, que descansa ajeno a la verdad de un tiempo en el que brillos y tinieblas cohabitaban sin rubor mientras que abundancia y desdichas compartían el mismo casi inexistente plato.    

   Sin ambiciones, ignorado por sesudos y capaces, el Santo Hospital de Pobres fue una realidad, matizada si se quiere por mil y un inconvenientes, que a poco que se la contemple con la sabiduría que garantiza el tamiz del tiempo, nos regala otra sensación, otro pulso de lo que pudieron ser los días de aquellos hombres y mujeres que ocuparon los mismos espacios que hoy transitamos nosotros. Dineros, tuvo poco o ninguno, salvo los que generaban los censos – renta que pagaban los que explotaban o disfrutaban sus propiedades – cuando se los pagaban. “Doszientos quarentta y nueve reales de vellón que a cobrado de réditos de los Zensos que diversas personas estaban deviendo atrasados a dicho Hospital” [sic]

    Aquella casa “baja cubierta de madera a dos aguas” como la definieron los visitadores en el siglo XVI, que se asomaba a la Plaza escoltada por las calles Iglesia y Corral, y que reunía pocas condiciones para parecer lo que era, sufrió necesarias reparaciones como la de 1644 cuando se gastaron “diez reales que pago al albañil y su peón que le ayudo a correr lhospital que se llovía todo” o los “diez y ocho reales que pago a Pedro Sanchez, vezino del montijo por aderezar e lhospital [sic]

   La dejadez, o razones que superan nuestro discernimiento, le han borrado la historia hasta 1640 perdiendo el libro, o libros que debieron existir, en aquellos años inquietos en que el humo de los campamentos español y portugués ensombreció el pacífico acontecer de un pueblo que solo entendía de la pelea diaria con la dificultad. El Libro de Cuentas, habla de aquellos días sin rencor. Miguel Sánchez, en septiembre de 1644, como mayordomo dice que no se le entregan ocho escrituras de censo que pagan vecinos de “esta villa y del Montijo y un libro viejo donde se solía tomar las cuentas” Y muestra una hermosa, triste y, a veces, lastimosa paleta de situaciones que perfila, con el inusitado realismo de la orgullosa humildad de sus apuntes, su oscura tarea diaria de saciar estómagos vacíos, atender enfermos y encontrar recursos. Como hace Juan Gahón, mayordomo durante la algarada hispanolusa, que declara haber pagado “cuatro reales a Miguel Sánchez, vecino de esta villa, por llevar un portugués herido a la villa de Talavera por mando del Sr. Cura” y “tres reales que se gastaron en una estera para un enfermo que se curase, portugués que vino herido de la campaña”

   Año tras año, por sus entrañas transitan con exultante naturalidad, la caridad, la entrega, la renuncia y un trazo de la indolencia consustancial al ser humano que, cuantificadas en la frialdad de los números, la única y desamparada voz que le queda, lo descubren con la delicada pincelada de una sutil transparencia, inagotable y perseverante en su ahora desconocida labor. Como los “doce reales de tierra blanca y una mujer que se ocupo en embarrar todo el santo Hospital”, los “seis reales a Mari Ramos, viuda, por lavar las ropas del hospital”, los  “cinco reales que importaron las dos almohadas y colchones y el hilo que se gasto para hacerlas” y los “quatro reales que gasto en yr a merida por el mandamiento del Sr Provisor en gasto de mi persona y la cabalgadura” [sic]

   Y con insolente sencillez, destapa la realidad de su esencia, los pobres y enfermos, en los que invierte lo poco que tiene y lo mucho que no tiene.

   Cincuenta y dos reales que pago por un colchoncillo con un poco de lana, una colcha a medio servir y un cobertor azul muy usado, para las camas de los pobres del hospital”, “dos reales y medio de esteras para las camas de los pobres”, “tres reales que pago por trasportar un pobre que estuvo enfermo que paso a Talavera”, “dos reales que se dio a un pobre que se transporto de esta villa a Torremayor” “veinticuatro reales que se gastaron en alimentar un pobre enfermo”, “cinco reales por la compostura de un caldero y una sartén y de escobas y ollas que compro para los pobres” y los “diez y ocho reales de una mortaja para un pobre que se murió”.

     En 1747 se hizo una profunda renovación, en la que se invirtieron quinientos cincuenta y un reales y catorce maravedís en la obra nueba que se encargó a Manuel Ramos, maestro de dicha obra, de su trabajo, peones y con espresión de cal, ladrillo, teja, palos, caña y demás materiales que se pasttaron en ella” [sic] También se pagaron “treinta y nueve reales que importo los reparos que ha hecho en solar la cocina de afuera y de adentro de los pobres, en orillarlas, calafettearlas y recalçar la pared del corral de dicho hospital [sic]  Y otros “dos reales de un cincho para el cubo del pozo, un real por la soga y dos reales por un fondón para dicho cubo” y “cinco reales que pago por el farolito para alumbrar al divino Señor que está a la puerta”. Un tiempo en el abismo del tiempo.

   Por aquellas fechas, declaran los maestros alarifes Juan de Coca Borba y João Sapata, “…citado Hospital posehe unas casas compuestas de Zaguan, Quarto Dormitorio, la sala de ungüentos, Alcoba, Cozina, Quadra y Corral, sin incluir la sala dela derecha que es del edificio destinado a los pobres y toda ella incluso paredes, cañizo, maderas, teja, solar, puertas, pozo, chimenea y demás que la constituien…” [Sic]

   La escasez obliga a pagar tarde y mal, como los “500 reales pagados al boticario por las medicinas que ha preparado a los pobres enfermos del pueblo por los años de 1796, 97, 98 y parte de 99, y a la cicatería con el hospitalero, cuyo salario de “cincuenta reales al año por cuidar y asear el santo hospital y a los pobres enfermos” es el mismo en 1749 y 1799.    

    Aunque el Libro de Cuentas del Santo Hospital enmudeció un 15 de febrero de 1832 cuando el Mayordomo Juan Cacho presenta su gestión de 1831, las hojas en blanco que conserva, como si hubieran olvidado el paso del tiempo, parecen seguir esperando el áspero tacto de la pluma y la cálida humedad de la tinta.

   Pero el Hospital de Pobres sobrevivía en 1857 de los presupuestos municipales de beneficencia, “su dirección y administración está a cargo del Alcalde constitucional de esta villa en virtud de la orden que rige.  Aquel año “se presupuestan en beneficencia 1100 reales,  800 para el médico por la asistencia a los enfermos del hospital y 300 para medicinas aplicadas en el establecimiento

   Su inmemorial precariedad, las desamortizaciones y el progreso, lo hicieron agonizar irremediablemente. O quizás, trescientos años alimentando pobres, sanando enfermos y enterrando mendigos, le pesaron demasiado.

    Y se murió de viejo.