23 de febrero de 2015

EL SANTO HOSPITAL


   De su huella, convertida por el tiempo y la civilización en una absoluta nada casi sin memoria, queda el recuerdo, un pellizco de tristeza que nos hace añorar existencias como la suya que, lejos de su importancia o su falta de relumbrón, tienen un lugar en la historia de los pueblos, y el eco garabateado de un tiempo cierto, por más remoto y menos nuestro que nos parezca.  
Libro de Cuentas (1752).- Archivo Municipal (P. Calzada)
 Etimológicamente, “hospital” deriva del latín “hospes” (huésped), lo que parece hacer referencia a que en la remota antigüedad, los hospitales venían a ser un lugar de hospedaje, alojamiento y sustento, para cuantos llegaban hasta él. Pobres, menesterosos y enfermos, que no dejaban nada atrás cuando abandonaban un lugar y no encontraban nada cuando llegaban a otro diferente.

 Posiblemente los antecedentes más próximos, fueran los “iatreia” griegos, pequeños dispensarios situados en las plazas del mercado, donde ejercían los médicos, hasta donde era llevado el enfermo. Con el Imperio Romano, se desarrollan los valetudinaria – del latín valetudo, salud, y valetudinarius, enfermo – como institución militar ya que se construían en las inmediaciones de las fortalezas militares para atender a los soldados enfermos o heridos, aunque también proporcionaban hospedaje a viajeros. En el siglo IV con la aceptación del cristianismo como religión del Imperio, el cuidado de los enfermos se generaliza y aparece el xenodochium, albergue u hospital para peregrinos y enfermos cristianos, que no tardan en convertirse en lugares que acoge a necesitados, sin hogar, huérfanos, ancianos y pobres.  

 Luego de la existencia en Éfeso, durante la Antigüedad Tardía, de un hospital con 300 camas para enfermos de peste y de que en Europa Occidental naciera en el año 400 el primer nosocomio “para recoger los enfermos de las calles y cuidar a los desgraciados que padecen la enfermedad y la pobreza”, en la baja Edad Media tiene lugar un fuerte desarrollo de los hospitales, a lo que contribuyeron las Órdenes Militares.

 Y aunque su cuándo, permanece oculto, y su cómo y su por qué, “este establecimiento fue fundado en tiempo remoto cuia fecha y nombre de su fundador no consta”, fue al amparo del Priorato de San Marcos de León cuando vio la luz el Santo Hospital de Pobres de Puebla de la Calzada, con objeto de recoger y asistir enfermos pobres según consta por tradición”, que durante 300 años acogió a pobres y atendió enfermos, con más pobreza que fortuna, mas escasez que abundancia y con más miseria que recursos.

   En la visita de 1549, los visitadores de la Orden nos dicen que “en el dicho lugar ay un ospital al que los dichos visitadores visitaron en una casa que tiene una delantera grande. Tiene dos camaras, una a un lado y otra a otro y en medio una calleja por donde entran…” [Sic] Detallan entre sus bienes, “una caldera buena, dos cabezales viejos, una sartén y un asadero y un candil, dos fundas, un repartidor…” Y hablan de las cuentas de “juan barrena, mayordomo que fue del dicho ospital el año de quinientos quarenta y nueve…” [Sic]

    Arcoíris de un pasado que, al albur de su velado incógnito, nos contempla sereno y expectante, la única memoria del Santo Hospital de Pobres de Puebla de la Calzada, su único e impagable testigo, es el Libro de Cuentas, que descansa ajeno a la verdad de un tiempo en el que brillos y tinieblas cohabitaban sin rubor mientras que abundancia y desdichas compartían el mismo casi inexistente plato.    

   Sin ambiciones, ignorado por sesudos y capaces, el Santo Hospital de Pobres fue una realidad, matizada si se quiere por mil y un inconvenientes, que a poco que se la contemple con la sabiduría que garantiza el tamiz del tiempo, nos regala otra sensación, otro pulso de lo que pudieron ser los días de aquellos hombres y mujeres que ocuparon los mismos espacios que hoy transitamos nosotros. Dineros, tuvo poco o ninguno, salvo los que generaban los censos – renta que pagaban los que explotaban o disfrutaban sus propiedades – cuando se los pagaban. “Doszientos quarentta y nueve reales de vellón que a cobrado de réditos de los Zensos que diversas personas estaban deviendo atrasados a dicho Hospital” [sic]

    Aquella casa “baja cubierta de madera a dos aguas” como la definieron los visitadores en el siglo XVI, que se asomaba a la Plaza escoltada por las calles Iglesia y Corral, y que reunía pocas condiciones para parecer lo que era, sufrió necesarias reparaciones como la de 1644 cuando se gastaron “diez reales que pago al albañil y su peón que le ayudo a correr lhospital que se llovía todo” o los “diez y ocho reales que pago a Pedro Sanchez, vezino del montijo por aderezar e lhospital [sic]

   La dejadez, o razones que superan nuestro discernimiento, le han borrado la historia hasta 1640 perdiendo el libro, o libros que debieron existir, en aquellos años inquietos en que el humo de los campamentos español y portugués ensombreció el pacífico acontecer de un pueblo que solo entendía de la pelea diaria con la dificultad. El Libro de Cuentas, habla de aquellos días sin rencor. Miguel Sánchez, en septiembre de 1644, como mayordomo dice que no se le entregan ocho escrituras de censo que pagan vecinos de “esta villa y del Montijo y un libro viejo donde se solía tomar las cuentas” Y muestra una hermosa, triste y, a veces, lastimosa paleta de situaciones que perfila, con el inusitado realismo de la orgullosa humildad de sus apuntes, su oscura tarea diaria de saciar estómagos vacíos, atender enfermos y encontrar recursos. Como hace Juan Gahón, mayordomo durante la algarada hispanolusa, que declara haber pagado “cuatro reales a Miguel Sánchez, vecino de esta villa, por llevar un portugués herido a la villa de Talavera por mando del Sr. Cura” y “tres reales que se gastaron en una estera para un enfermo que se curase, portugués que vino herido de la campaña”

   Año tras año, por sus entrañas transitan con exultante naturalidad, la caridad, la entrega, la renuncia y un trazo de la indolencia consustancial al ser humano que, cuantificadas en la frialdad de los números, la única y desamparada voz que le queda, lo descubren con la delicada pincelada de una sutil transparencia, inagotable y perseverante en su ahora desconocida labor. Como los “doce reales de tierra blanca y una mujer que se ocupo en embarrar todo el santo Hospital”, los “seis reales a Mari Ramos, viuda, por lavar las ropas del hospital”, los  “cinco reales que importaron las dos almohadas y colchones y el hilo que se gasto para hacerlas” y los “quatro reales que gasto en yr a merida por el mandamiento del Sr Provisor en gasto de mi persona y la cabalgadura” [sic]

   Y con insolente sencillez, destapa la realidad de su esencia, los pobres y enfermos, en los que invierte lo poco que tiene y lo mucho que no tiene.

   Cincuenta y dos reales que pago por un colchoncillo con un poco de lana, una colcha a medio servir y un cobertor azul muy usado, para las camas de los pobres del hospital”, “dos reales y medio de esteras para las camas de los pobres”, “tres reales que pago por trasportar un pobre que estuvo enfermo que paso a Talavera”, “dos reales que se dio a un pobre que se transporto de esta villa a Torremayor” “veinticuatro reales que se gastaron en alimentar un pobre enfermo”, “cinco reales por la compostura de un caldero y una sartén y de escobas y ollas que compro para los pobres” y los “diez y ocho reales de una mortaja para un pobre que se murió”.

     En 1747 se hizo una profunda renovación, en la que se invirtieron quinientos cincuenta y un reales y catorce maravedís en la obra nueba que se encargó a Manuel Ramos, maestro de dicha obra, de su trabajo, peones y con espresión de cal, ladrillo, teja, palos, caña y demás materiales que se pasttaron en ella” [sic] También se pagaron “treinta y nueve reales que importo los reparos que ha hecho en solar la cocina de afuera y de adentro de los pobres, en orillarlas, calafettearlas y recalçar la pared del corral de dicho hospital [sic]  Y otros “dos reales de un cincho para el cubo del pozo, un real por la soga y dos reales por un fondón para dicho cubo” y “cinco reales que pago por el farolito para alumbrar al divino Señor que está a la puerta”. Un tiempo en el abismo del tiempo.

   Por aquellas fechas, declaran los maestros alarifes Juan de Coca Borba y João Sapata, “…citado Hospital posehe unas casas compuestas de Zaguan, Quarto Dormitorio, la sala de ungüentos, Alcoba, Cozina, Quadra y Corral, sin incluir la sala dela derecha que es del edificio destinado a los pobres y toda ella incluso paredes, cañizo, maderas, teja, solar, puertas, pozo, chimenea y demás que la constituien…” [Sic]

   La escasez obliga a pagar tarde y mal, como los “500 reales pagados al boticario por las medicinas que ha preparado a los pobres enfermos del pueblo por los años de 1796, 97, 98 y parte de 99, y a la cicatería con el hospitalero, cuyo salario de “cincuenta reales al año por cuidar y asear el santo hospital y a los pobres enfermos” es el mismo en 1749 y 1799.    

    Aunque el Libro de Cuentas del Santo Hospital enmudeció un 15 de febrero de 1832 cuando el Mayordomo Juan Cacho presenta su gestión de 1831, las hojas en blanco que conserva, como si hubieran olvidado el paso del tiempo, parecen seguir esperando el áspero tacto de la pluma y la cálida humedad de la tinta.

   Pero el Hospital de Pobres sobrevivía en 1857 de los presupuestos municipales de beneficencia, “su dirección y administración está a cargo del Alcalde constitucional de esta villa en virtud de la orden que rige.  Aquel año “se presupuestan en beneficencia 1100 reales,  800 para el médico por la asistencia a los enfermos del hospital y 300 para medicinas aplicadas en el establecimiento

   Su inmemorial precariedad, las desamortizaciones y el progreso, lo hicieron agonizar irremediablemente. O quizás, trescientos años alimentando pobres, sanando enfermos y enterrando mendigos, le pesaron demasiado.

    Y se murió de viejo.  


 
 
   
 
 

16 de febrero de 2015

NOMBRE Y FIGURA



MAPA DE 1704 (FONDO BIBLIOTECA NACIONAL
    Desde los últimos tiempos del siglo XV, desde 1493, la dignidad de Gran Maestre de la Orden de Santiago recae en la Corona Española, luego de una gran maniobra diplomática  del maquiavélico Fernando el Católico. Con la excusa de requerir de la Santa Sede su mediación para poner fin a las divisiones y disputas en el seno de la Orden, y argumentando los enormes gastos de la Corona en la guerra de Granada, Fernando pidió para sí al Papa, la administración de la Orden como recompensa a los grandes sacrificios hechos en defensa de la fe católica. Alejandro VI, por breve de aquel año, otorgó la administración y suprema dignidad de la Orden de Santiago a los Reyes Católicos. Cuando Carlos I les sucede como rey, también lo hace en el maestrazgo de la Orden.
 
    Lo que proporcionó a la Corona un importante capital inmovilizado que no tardó en convertir en circulante para financiar sus guerras y caprichos, asegurándose la fidelidad de una pléyade de vasallos deseosos de pasear engolados entre los de su clase y los que quedaron por debajo de su clase.
 
     Se dice, se cuenta, figura escrito, que Puebla de la Calzada en “1581 fue adquirida por doña María Enríquez, condesa de Montijo”. Lo que solo se aproxima al tempo con que las brumas del ayer enmarañan la verdad, casi con intención.
      Desde agosto de 1578, Felipe II aspira al trono de Portugal como nieto de Manuel I el Afortunado y sobrino del rey Enrique el Cardenal, lo que a la muerte de este va a generar una serie de enfrentamientos para los que se necesitarán recursos que las maltrechas arcas de la corona no tienen. Siendo administrador de la Orden de Santiago, Felipe II tiene fácil la generación de recursos con la venta de posesiones, entre las que cuenta con Puebla de la Calzada, como en 1550 había hecho su padre Carlos I, al vender la villa de Montijo a Pedro Portocarrero, Marqués de Villanueva del Fresno, que funda el Señorío del Montijo, instituyendo como I Señor, a su hermano Cristóbal Osorio Portocarrero, muerto en febrero de 1571.
    Existe documento que nos confirma la “Real Carta de Venta y desmembración de la Orden y Mesa Maestral de Santiago de la Villa de la Puebla de la Calzada…su tenor sustancial es como sigue”:
   "Que el Rey Nuestro Señor Don Felipe Segundo se dignó mandar expedir Real Provisión a ocho de mayo de mil quinientos y ochenta, cometida al Doctor Burgos de Paz, Corregidor del lugar de la Puebla de la Calzada, que de aquí adelante ha de ser y nombrarse villa, después que la desmembró de la Orden de Santiago y de la Encomienda de Mérida e incorporó a la Corona Real a virtud de los breves concedidos por Sumos Pontífices; y que para ayuda de los grandes gastos para cosas importantes y cumplideras al servicio de Dios, había vendido a Doña María Enríquez, Marquesa de Villanueva del Fresno la  villa de la Puebla de la Calzada con la dicha jurisdicción civil y criminal...

    María Enríquez, Marquesa de Villanueva y no, Condesa de Montijo, fue esposa en segundas nupcias de Pedro Portocarrero, hermana política de Cristóbal Osorio Portocarrero y por tanto, tía de Juan Manuel Portocarrero, II Señor del Montijo en 1571 y I Conde del Montijo desde 13 diciembre 1599, cuando por Real Decreto de Felipe III, el Señorío es elevado al rango de Condado, diecinueve años después de la Real Carta de Venta.

    Y se dice, se cuenta, figura escrito y admitido, que “por tal causa, durante mucho tiempo ostentó el nombre de Puebla del Montijo”   
      De justicia es reconocer la existencia de documentos que registran ese nombre, como el mapa del francés I.B. Nolin, “Le Royaume de Portugal avec le Royaume des Algraves, Lestramadoura Espagnol et partie d´Ándalousie, Dedié a  Sá Majesté tres Chrêtiene Louis le Grand”[sic] del año 1704, en el que aparece señalada como “Puebla de Montiso”, o aquel otro de 1705, del también francés N. de Fer, “La Glorieuse Campagne de Philippe V, aux environs du Tage, dans les Provinces de Beira, Estramadura et Alentejo”, en el que aparece como Puebla de Montijo. O como el recibí de seis raciones de pan” que un siglo más tarde, el 8 de septiembre de 1809, firma Francisco Sánchez, de la 3ª Compañía del Regimiento de Dragones de Cáceres, como Puebla del Montijo y también Diego Pérez de la 1ª Compañía del Regimiento de Caballería Voluntarios de Sevilla, en similar ocasión de aprovisionamiento, Puebla del Montijo 9 de septiembre de 1809”.
    La escasez de documentación con este nombre, forja un débil argumento para tamaña afirmación, especialmente porque, en contrapartida, son innumerables los documentos, desde 1494 fecha más antigua que se conserva, como de fechas anteriores a su integración en el Condado  y  rayanas y posteriores a la integración en el Condado, que recogen Puebla de la Calzada como nombre de la villa. Como, a título de ejemplo, el expediente de licencia para viajar a México que en 1575 inicia “el licenciado Alonso García, cura de Puebla de la Calzada” a favor de Mateo Sánchez Broncano y Sancho García “vecinos del dicho lugar”; o el de 1604, para pasar a Nueva España a favor de Inés de Porras, “natural de la Puebla de la Calzada”, y el de 25 julio 1627 que recoge: “sepan cuantos esta carta de censo vieren, como nos, Domingo Cordero y María Sánchez, su mujer, vecinos desta villa dela Puebla de la Calzada…”[sic] O el que un siglo más tarde, firma Juan González, de “la partida de guerrilla al mando de Don Toribio Bustamante” quien firma el suministro de “cuarenta raciones de pan para los individuos de dicha partida” como “Puebla de la Calzada y Julio 30 de 1809”.  
    Por encima de cómo fuera conocido o llamado de forma ocasional y por razones que el pasado guarda definitivamente para sí, la abundante documentación que se conserva de los siglos XVII, XVIII y XIX, reflejada en Libros de Visitas, Alcabalas, Censos de Vecinos, Censos Económicos, Acuerdos, Censo de Pueblos, Libros de Beredas, Ermitas, Cofradías, Mayordomos, Juramentos, Dotes, Hijuelas, Normas de Buen Gobierno, Catastros o Guerra de la Independenciasuministros, instrucciones, requisas, alojamientos, órdenes, disposición de ejércitos, posición del armamento francés – en los que permanente y repetidamente repetido desde que existe documentación hasta nuestros días, aparece “Puebla de la Calzada”. Además de las actas de sesiones de Ayuntamiento desde 1702, en las que en todas y cada una de ellas figura “En la villa de Puebla de la Calzada…”, sea cual sea el asunto a tratar, desde Capitulares, a nombramiento de Cirujano, Repartimiento, Pósito, Junta de Propios o Subastas. O, los Libros de Cuentas del Santo Hospital de Pobres, en los que desde 1640, primera fecha que se conserva, solo aparece “Puebla de la Calzada”. Y en actas y protocolos del Conde que recogen: “Por cuanto mi villa de Puebla de la Calzada…

    Pero si de justicia es reconocer que existe documentación, escasa, en la que se menciona Puebla del Montijo, con mayor rigor corresponde decir que ese apelativo, más allá de su uso y las motivaciones, no es consecuencia de maniobra alguna, ni de cesión de privilegios ni de concesión de rango, ni de señoríos o realengos. Era nombre ya usado como lo demuestra el asiento del Libro de la Casa de Contratación de las Indias, de 13 abril 1535, a favor de Domingo Pérez, “hijo de Hernán Núñez y Catalina Bras, natural de la Puebla de Almontijo
   En aquel año, ni Montijo era Señorío ni Puebla de la Calzada había sido vendida ni integrada en señorío, marquesado o condado alguno.
   Y aún menos lo eran, en la fecha de otro documento que, a mayor justicia, parece impugnar la hipótesis del nombre, su razón y sus explicaciones. El documento, de 12 de Marzo de 1501, concede al bachiller Antonio Sánchez “alargamiento de tiempo” en una comisión para ir a Badajoz, “la Puebla del Montijoy Lobón, para tratar del impuesto de barcaje y las personas a quienes correspondía cobrarlo.
   Lo que nos muestra, que el nombre era usado antes de señoríos y condados, pero manteniendo como nombre propio el de Puebla de la Calzada, que aparece en más y más cercanos documentos, más antiguos y de iguales fechas, lo que vigoriza la idea de su eventualidad o su causalidad. Lo que viene a refutar la aseveración del nombre por título, la teoría del “mucho” tiempo en que lo ostentó y, naturalmente, que lo fuera como resultado de haber sido integrada en el Condado de Montijo. Aunque de cuando en cuando fuera conocida así, de forma ocasional y tal vez como ubicación o como referencia.

   Acaso la fabulación sea consecuencia lógica del desconocimiento que sobre nuestros orígenes vierte el discurrir de los tiempos, pero no concede licencia para disfrazar lo que la fuerza de los documentos atestigua revestido de historia, aunque el albur de las circunstancias la disimule de posibilidad.

 

10 de febrero de 2015

LA ERMITA DE SANTIAGO.



    Quiere la posibilidad, alargar su sombra por las estrechas calles de este ayer nuestro desconocido, y disfrazada de acaso insiste en hablarnos con claridad al tiempo que, alma inquieta, difumina su realidad en las sombras intangibles de lo que sin duda llegó a ser pero que no quiso aproximarse hasta nuestro hoy o tan siquiera nuestro ayer más cercano. Y de igual forma que los rastros primeros se pierden en los tiempos oscuros de la Reconquista, otras señales de aquel pasado, guardan en la tradición oral un duermevela con visos de verdad en el que todos creemos por encima de lo que fueron, donde estuvieron o como fue su vida. Existieron, pasaron junto a los nuestros y un día, no sabemos cómo ni cuándo, fueron desapareciendo victimas de mil insalvables circunstancias hasta borrar su memoria para dejar su recuerdo en más intenciones que realidades. 
Imagen que corona la fachada del Monasterio de Uclés
    Uno de esos testigos del tiempo que nos ha precedido, uno de eso rastros, es el de las ermitas que existieron, y de las que no es que solo una queda en pie, sino que las otras dos, cuyas noticias reposan casi ocultas, forman parte de la imaginación que las convierte en objetos de comentarios repartidos entre el quizás y el tal vez.  




    Fueron tres las ermitas como nos dice el párroco Juan Ramos de Solís, cuando el 20 de junio de 1798 responde al interrogatorio de 15 puntos de Tomás López sobre Puebla de la Calzada, “En lo antiguo, extramuros havía tres ermitas, una de Santiago, arruinada ya del todo, otra muy próxima al pueblo amenazando ruina desde el terremoto del año 55, dedicada a Santo Toribio y la tercera con el titulo de San Sebastián en lo antiguo, y aora con el de la Concepción, cuya ymagen muy preciosa obra de un famoso escultor apellidado Tazamal, vecino de la ciudad de Badajoz, es el oráculo de este pueblo a cuya poderosa intercesión ocurre en todas sus necesidades. …” [Sic]
   Si la de Santo Toribio, en ruinas desde el terremoto de Lisboa de 1755, permanece entre dilemas y alguna que otra diferencia en cuanto a su emplazamiento sobre el que se polemiza algún lugar que no parece posible sin que, hasta ahora, se llegue a ningún acuerdo, de la de Santiago, ni se teoriza ni se conversa ni se cuestiona, además de no tener vestigios que nos permitan identificarla ni situarla, aunque la tradición quiere hacerlo orillas del río, donde no parece que fuera su lugar ultimo. 
Grabado muro Monasterio de Uclés
    Parece propio que en un territorio bajo administración de la Orden de Santiago, se levantara una ermita a la que pusieran bajo su advocación como debió hacerse con aquel primer asentamiento ribereño del Guadiana, si hemos de creer a Moreno de Vargas, Aldea del Rubio estaba junto a la Ermita de Santiago”. Y como reflejan diferentes mapas que en los siglos XVIII y XIX reproducen más o menos fielmente la zona. Como el “Mapa Geográfico del Partido de Mérida perteneciente a la Orden de Santiago” que se confeccionó por encargo de Tomas López, “Geógrafo de los Dominios de Su Majestad” en 1783, en el que aparece el nombre de Santiago cercano al rio; o el “Mapa de la Provincia de Estremadura”[sic] que también había encargado Tomas López en 1760. En él, señalado con icono de “Ermitas y Conventos”, aparece Santiago, muy cerca del Guadiana, lo que parece identificar aquella primitiva ermita.
    Pero no es menos cierto que Moreno de Vargas, también dice que “sus rastros y ruinas permanece oy” [sic] lo que nos hace creer que ya entre 1604 y 1615 aquella ermita estaba completamente arruinada y que lo que el emeritense vio no fueron más que unos pocos restos de lo que sin duda había sido una edificación religiosa existente con anterioridad, porque el lugar debía llevar abandonado más de doscientos años, desde aproximadamente finales del siglo XIV o principios del XV.

    ¿Es esta, la misma ermita de la que habla Ramos de Solís en 1798? ¿O, como cabe suponer por la documentación consultada, junto al nuevo asentamiento de Puebla de la Calzada se levantó (además de la de Santo Toribio y San Sebastián) una ermita de Santiago, ya arruinada cuando agonizaba el siglo XVIII? ¿Podemos permitirnos pensar que a lo largo del tiempo existieron dos ermitas de la advocación de Santiago en Puebla de la Calzada, por más que no tengamos vestigios de ninguna de ellas?

    Por los Libros de Visita de la Orden de Santiago sabemos que en 1511 en Puebla de la Calzada “esta una hermita de Santiago que se faze agora en la qual se hallo fecha una capilla…” [Sic] Es fácil imaginar que siendo de nueva traza no se estaría levantando junto al río y, antes al contrario, lo sería cerca de lo que ya era una aldea con más de un siglo de historia, además de no tener demasiado sentido que tras despoblar el asentamiento y crear un nuevo núcleo lejos del río, cien años más tarde se decidiera erigir una ermita orillas del rio en donde nada había más allá de la vida silvestre. De igual modo que se levantaron la de Santo Toribio y la Mártires (hoy Concepción)

   Mediado el siglo XVI, “tiene la dicha ermita un calice de plata, una casulla de terciopelo con una cenefa bordada, tres pares de manteles de lino…cuatro vacas, dos herales de dos años, un toro de quatro años, dos becerros de un año” Que obligadamente es distinta de la que Moreno de Vargas declara en ruinas porque si aquella estaba junto al rio, los Visitadores dicen, principios de XVII que “la dicha hermita del señor santiago está un quarto de legua del dicho lugar, la qual es un cuerpo de piedra y tapias y botaretes de ladrillo. Tiene un portal delante de la puerta que esta al mediodía con quatro arcos de ladrillo y en el medio de uno de ellos un pilar” [sic] Lo que la sitúa, no más lejos del pueblo de 1,5 kilómetros, puesto que la legua castellana equivalía, medida fijada en el siglo XVI, a una distancia aproximada de 5,7 kilómetros, o 20000 pies castellanos. Y la aleja del río del que nos separan casi 5 kilómetros.

    Los Visitadores nos la describen con “una puerta de seis cuartones de madera de pino;  un arco de ladrillo con su puerta de madera de pino y clavaçon con una llave. Tiene un altar con una grada de ladrillo, y otro altar de lo mismo en que esta un retablo de pincel con la historia del señor San Tiago armado en blanco con un pendón en la mano de la rienda… Tiene en lo vaxo, en dos Tableros de pincel las imágenes de los vien aventurados mártires san Favian y san sebastian… los pilares, frisos y guarniciones, frontispicio y guardapolvo de dicho retablo, labrado de tabla y todo él dorado y pintado, muy vien acavado que es antiguo; tiene una barra de yerro con dos lienzos que sirven de cortina; tiene un frontal pintado en la pared; tiene una lámpara de azofar frente del altar mayor que esta al poniente, un campanario con un esquilón mediano…”[sic] Lo que parece que entonces fuera una fábrica en ruina ni siquiera en abandono. Y el “Vecindario que se hace por los vecinos de esta villa de todos estados, clases y sexos”, de 17 de enero de 1705, cuando relaciona los ermitas como bienes propios de la villa, dice “… la otra al poniente, su advocación del señor Santiago, ermita pobre…” ¡A Poniente! ¡Al Oeste!

    Con todo ello, debió existir una ermita al sur, coetánea de aquella Aldea del Rubio que se nos resiste a mostrarse, y que, tal vez, fenecieron a la vez cuando la vida se desplazó una legua al norte, fueran cuales fueran las causas, razones o excusas necesarias para ello. Y debió existir otra, a poniente, más cercana en la distancia y la historia y que, desparecida víctima del tiempo y razones ocultas, mora en la ignorancia para ser confundida e identificada con su antecesora.

    Mirándonos desde algún rincón de la memoria, parece que existió en dos momentos, en dos tiempos, en dos lugares… Sea como fuera, mediado el siglo XIX seguía existiendo cofradía de Santiago para la que se nombraba mayordomo.